miércoles, 1 de octubre de 2008

Siempre vuelve

Doce horas de agonía. Logró morir de la misma forma en que vivió. El reloj marcaba las doce y él volvía a descansar bajo la sombra de los tilos que tanta alegría supieron darle, tiempo atrás, cuando la primavera lo alcanzó en su huida. Murió de amor, como tantos otros personajes. Dicen que analizando la historia, esta obra se trató en realidad de una semiautobiografía, digamos camuflada. Usando variaciones leves en los nombres de los pueblos y dando solo iniciales de los apellidos, pasó cuenta al mundo de la época sobre sus vivencias de juventud. De hecho, publicó esta obra a la edad de 24 años, con lo cual bien podría uno pensar que se trató de una especie de cable a tierra. Bueno, no se si cable, pero la historia cuenta que esta novela echó tierra sobre unos cuantos cientos, hasta miles, de jovencitos deprimidos que sentían (¡y hasta vestían!) como su ídolo. Suena increíble, pero trasladando el efecto que tiene sobre uno hoy al siglo XVIII... bueno, no había tele.
No hace falta prestar demasiada atención a las cartas para notar la escritura rebuscada que tenía. Cada oración es un disfraz audaz de la realidad, una mezcla de su vida, la de su amigo, su pretendida, su familia. Obviamente él no murió (lo cual no significa que nadie halla muerto), pero... ¿habrá querido?¿Qué habrá sentido al llegar al final de su vida (de 82 largos y bien vividos años), al mirar hacia atrás, al ver la marca que dejó en el mundo? Debe ser una sensación única. Si bien es cierto que este personaje se convirtió en un fantasma que lo atormentó el resto de su vida y muy probablemente más de una vez habrá deseado nunca haberlo creado, a través de sus palabras logró hacerse con un poder que pocos obtienen con sus propios actos. Influyó no solo en la mente de los débiles depresivos sino también en la de algunas de las personalidades más sobresalientes de la Europa del 1800, y hoy es considerado el escritor alemán por excelencia y uno de los más importantes íconos de la literatura universal.
Y bueno, una persona que supo plasmar sus sentimientos y, tal vez por accidente, los convirtió en los cimientos de su vida. Y así empezó, otro personaje muerto de amor, mediante pistolas prestadas por su oponente y concientemente entregadas por su amada. Vale la pena leerlo, pero no lo imiten, ya se inventó la tele. ¿Feliz? Al menos dame una pista de lo que hay dentro.

4 comentarios de mis fieles adeptos:

Pooly dijo...

NO LO COMPRE-NDO Y NO DESEO CON-TINUAR

Anónimo dijo...

parece bastante interesante... debo admitir que me has intrigado una vez mas...
opino que...
el exceso de disfraces, implica un exceso de equipaje y, al menos al modo que tengo de ver las cosas, no creo que sea productivo.
Uno se cansa de cualquier exceso.. es mas pesado
Ademas el problema es cuando queres sacar los disfraces y hay gente que te conocio disfrazado... o aun mayor cuando no podes distinguirte a vos mismo de tus disfraces.
Por eso, ya que todos disfrutamos de un buen antifaz, de una mentirilla, de una ilusion, es sano recordar como es uno abajo de todo eso, y asegurarte que los otros lo sepan.
Podes asegurar eso, justamente "descargando a tierra" tu verdadero ser, disimuladamente.. pero dejando que quien deba te pueda seguir el rastro

Hay personas que quieren no ser olvidadas... hay otras que no quieren perderse
Yo opto por no olvidar, es lo unico que corre por mi cuenta

Pooly dijo...

No te empastilles tanto..
Yo no te conozco che.. y nunca te di nada de eso

Anónimo dijo...

Excelente.- Lastima que el que no sabe, no lo sabe.-
besos